El Covid-19 desencadenó a inicios del 2020 que los gobiernos de todo el mundo se valieron de distintas estrategias para salvaguardar la vida de sus ciudadanos ante un virus desconocido pero letal.
A pesar de los esfuerzos, el virus del Covid-19 se fortalecía con variantes más contagiosas. Ante esto los gobiernos tomaban diferentes medidas para recuperar la ansiada normalidad social, económica, y por supuesto, de salud.
No todas las naciones se encontraban en igualdad de condiciones por lo que algunas presentaron una mayor tasa de éxito que otras.
Afortunadamente, estamos retomando la normalidad que conocíamos, en este contexto debemos reconocer que el Covid-19 nos ha “otorgado” algunas lecciones importantes.
Estrategia de gestión transigente
Las naciones buscaban el bienestar general y preservar la salud a toda costa ante la pandemia. Chile y Finlandia son el claro ejemplo de una estrategia aplicada oportunamente, y lo lograron a través de agendas políticas interdepartamentales. Mejorar las condiciones de los trabajadores de la salud, medidas de control como pruebas, rastreo y aislamiento, así como en la inversión en casos de emergencias futuras.
Luego con la llegada de vacunas y tratamientos efectivos cambió la táctica de manejo del impacto del virus. Si bien esto fue bastante provechoso, resaltó una vez más la brecha de diferencias entre estados. Casi el 99% de países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) habían vacunado a su población hasta en dos ocasiones.
Además en países con mayor vulnerabilidad como los del continente africano, se recurrió a iniciativas de diplomacia de vacunas y acuerdos multilaterales para inocular a sus ciudadanos.
En general, los programas de implementación de vacunas han obtenido un equilibrio entre solidez y velocidad. Se debe mantener la flexibilidad, pues las variantes del Covid-19 surgen cada tanto, y los gobiernos deberán volver a imponer un conjunto apropiado de medidas de control.
Sostener la confianza social en momentos de crisis
Mantener la confianza social significó impulsar el cumplimiento y la cooperación entre ciudadanos y comunidad empresarial a través de continuos cambios en la gestión política. No obstante esto resultó un desafío, ya que muchos ciudadanos se cansaron de las restricciones. Tal como el caso de Australia, cuyos habitantes generaron disturbios cuando el gobierno endureció los regímenes para evitar contagios.
En otros países, la desconfianza hacia el Estado ha resultado en una inseguridad generalizada sobre las vacunas. Con fuentes alternas de autoridad, que incluyen la opinión local y los líderes religiosos. Que no son lo suficientemente capaces de ayudar a disipar los recelos.
El añadido de confianza de la gestión de esta crisis ha dependido frecuentemente de un equilibrio entre la exigencia de restricciones o coacciones. Basadas en la ciencia y las políticas que provocan el buen comportamiento. En este punto la comunicación ha tenido que seguir un camino angosto entre las libertades propias y la resiliencia social.
Resiliencia ante el peligro
La crisis por el Covid-19 tomó por sorpresa incluso a los expertos que anticiparon su llegada.
Según el Informe de Riesgos Globales 2022, la sociedad necesita una respuesta, esto implica no solo la participación de diferentes sectores que conducen a numerosas técnicas individuales, sino también a una interacción eficaz entre distintos sectores que fomenten el bienestar y la prosperidad.
Los gobiernos deben distinguir entre distintos objetivos de resiliencia para sacar provecho a sus capacidades colectivas de forma efectiva y sortear las inevitables compensaciones.
Una de esas finalidades podría recaer en la resiliencia de la comunidad ante posibles desastres; otro podría ser una infraestructura económica y social crítica confiable. Un tercero podrían ser tácticas estratégicas a largo plazo como la evolución empresarial e industrial.
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